La invasión de Panamá: entre sombras y heridas

La invasión de Panamá: entre sombras y heridas

La invasión de Estados Unidos a Panamá es —en muchos sentidos— un evento que sigue marcando la psique nacional y cuya memoria corta surcos en la integración del país.

En marzo de 2022, la Asamblea Nacional aprobó la Ley 291, que dicta “medidas de concientización”, declarando la fecha de la invasión una de duelo nacional.

Tal ley no sólo ordena el silencio solemne a lo largo del país, sino que también exige “actos, investigaciones, debates y actividades culturales” dirigidos a enseñar “las causas, sucesos y consecuencias de la invasión”.

Tal ejercicio no es fácil: mientras algunos recuerdan la invasión como una liberación —el inicio traumático de la época de democracia— otros la caracterizan principalmente como un gran ultraje, aún sin remediar.

Es un tema sobre el cual mucho se ha escrito y mucho más se podrá escribir, buscándose todavía determinar la cifra de los nacionales fallecidos e incluso el paradero de sus osamentas.

Por todo esto, no pretendemos en esta nota cubrir toda la información disponible al respecto, mucho menos entrar a juzgar el pasado.

Por ahora, nuestro interés es ofrecer un repaso del proceso, inequívocamente violento, con el afán de enseñar algunas de las causas, sucesos y consecuencias de un episodio cuya herida aún cargamos y que aún lastima.

La invasión de Panamá: entre sombras y heridas

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La invasión de Estados Unidos a Panamá es —en muchos sentidos— un evento que sigue marcando la psique nacional y cuya memoria corta surcos en la integración del país.

En marzo de 2022, la Asamblea Nacional aprobó la Ley 291, que dicta “medidas de concientización”, declarando la fecha de la invasión una de duelo nacional.

Tal ley no sólo ordena el silencio solemne a lo largo del país, sino que también exige “actos, investigaciones, debates y actividades culturales” dirigidos a enseñar “las causas, sucesos y consecuencias de la invasión”.

Tal ejercicio no es fácil: mientras algunos recuerdan la invasión como una liberación —el inicio traumático de la época de democracia— otros la caracterizan principalmente como un gran ultraje, aún sin remediar.

Es un tema sobre el cual mucho se ha escrito y mucho más se podrá escribir, buscándose todavía determinar la cifra de los nacionales fallecidos e incluso el paradero de sus osamentas.

Por todo esto, no pretendemos en esta nota cubrir toda la información disponible al respecto, mucho menos entrar a juzgar el pasado.

Por ahora, nuestro interés es ofrecer un repaso del proceso, inequívocamente violento, con el afán de enseñar algunas de las causas, sucesos y consecuencias de un episodio cuya herida aún cargamos y que aún lastima.

Antecedentes históricos

Panamá no es una nación extraña a las intervenciones estadounidenses.

En su libro “Emperors in the Jungle: The Hidden History of the U.S. in Panama”, el investigador de Harvard, John Lindsay-Poland, cuenta una veintena de episodios donde las fuerzas de Estados Unidos entraron forzosamente al país, empezando en septiembre de 1856.

En 1902, por ejemplo, previo a la construcción del Canal de Panamá, fuerzas estadounidenses entraron al país a solicitud de la United Fruit Company para ocupar Bocas del Toro.

Al año siguiente, tales fuerzas intervinieron nuevamente, esta vez para evitar que el ejército colombiano frustrara el proceso de separación de Panamá, nación que buscaba desarrollar su propio destino más allá de los diseños de Bogotá.

Con esta intervención —y su posterior formalización a través del tratado Hay-Bunau Varilla— Estados Unidos estableció un pie de fuerza en el país como “si ellos fueran soberanos del territorio” según el texto del infame acuerdo.

Este marco operativo le permitiría a Estados Unidos participar militarmente en los asuntos del país, por ejemplo, a través de la supervisión de elecciones en 1908, 1910, 1912 y 1918.

La última intervención estadounidense notable, previa a la invasión de 1989, fue en 1964.

Aquella ocurrió en respuesta al abrupto incidente social y político que estalló luego de que estudiantes panameños buscaron hacer cumplir el texto de recientes entendimientos entre Estados Unidos y Panamá donde se acordaba que la bandera panameña ondearía a la par de la estadounidense dentro del territorio de la Zona del Canal.

Tal conflicto en 1964 llevó a Panamá a romper relaciones diplomáticas con Estados Unidos, abriendo el paso a un nuevo proceso de negociación que eventualmente culminaría con la ratificación de los tratados Torrijos–Carter, firmados en 1977.

Tales tratados establecían el cierre del siglo como el momento de salida de las fuerzas estadounidenses del país y por lo tanto, de la integración territorial de la nación panameña.

Turbulencia

Los tratados fueron firmados, por el lado de Panamá, por el dictador popular Omar Torrijos, quien en 1972 se hizo declarar “líder máximo de la Revolución Panameña”.

Torrijos había recibido parte de su formación en la lúgubre Escuela de las Américas —originalmente localizada en el fuerte Amador y luego en el fuerte Gulick— siendo entrenado por los mismos estadounidenses.

La firma de los tratados resultó el punto alto de la carrera de Torrijos, quien luego optó por comenzar a desvincularse de la administración política del país, abriendo el compás a la restauración de los partidos políticos —abolidos bajo la dictadura— y fijando elecciones, supuestamente libres, para 1984.

No obstante, debido a su concentración del poder, Torrijos era el nodo principal que regulaba los distintos intereses sociales y económicos del país y su muerte súbita en julio de 1981 empujó a Panamá a una vorágine de incertidumbre, de la cual emergió con el poder Manuel Antonio Noriega, hasta entonces, entre otras cosas, jefe de espionaje de Torrijos.

Con amigos como estos…

Noriega no era solo un operativo militar de Torrijos, sino que también respondía a la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) como informante y ejecutor.

Para la década de 1980, la CIA ya estaba notando que la época de la Guerra Fría se acercaba a su cierre, en particular, después de la llegada de Mikhail Gorbachev al poder en la Unión Soviética, en 1985.

Desde entonces, surgieron nuevas prioridades, entre ellas, el emergente mundo del narcotráfico organizado, el cual servía como legitimación para que Estados Unidos mantuviera una proyección de fuerza en América Latina bajo el manto de combatir a los nuevos actores ilícitos.

Y, según comenta Lindsay-Poland, “algunos oficiales militares del Comando Sur fueron suficientemente astutos para darse cuenta […] que la guerra contra las drogas podía ser vendida públicamente como un reemplazo a la cruzada comunista en América Latina”.

Para este tiempo, Noriega ya se había convertido en un actor importante de la sombría escena de la inteligencia regional, con sus operadores norteños incluso conociendo que era un renegado, vendiendo información a oponentes de los Estados Unidos.

Tal duplicidad fue obviada por el entonces director de inteligencia de Estados Unidos, George H. W. Bush, quien prefirió proteger la cubierta de Noriega.

Según Lindsay-Poland, “en 1983 y 1985, la Casa Blanca de Reagan tenía reportes de inteligencia sobre reuniones con jefes de carteles a los cuales Noriega les daba permiso para producir cocaína en Panamá”.

Para 1983, Bush ya era vicepresidente de los Estados Unidos, bajo Ronald Reagan, y Noriega había reemplazado a Torrijos como autócrata de Panamá, tensando la relación entre ambos.

Previo a su presidencia, Reagan se había opuesto vocalmente a los tratados Torrijos–Carter, considerando que eran netamente perjudiciales para la defensa estadounidense. Y hacia el cierre de su mandato, empezó a hacer especial hincapié en la lucha contra las drogas, empujando una nueva visión de proyección de poder, y preparando el terreno para la eventual imputación internacional de Noriega.

Dos años antes, en 1981, Torrijos había fallecido cuando, dirigiéndose hacia su casa de descanso en Coclé, su avioneta chocó contra Cerro Marta.

Allegados de Noriega sugirieron que los estadounidenses habrían estado detrás de la muerte de Torrijos —rumores potenciados por el entonces reciente fallecimiento del presidente ecuatoriano Jaime Roldós en condiciones similares— mientras que miembros de las antiguas Fuerzas de Defensa de Panamá han apuntado el dedo a Noriega.

La versión oficial es que el choque en Cerro Marta fue un accidente.


Se rompe la cuerda

En 1986, se destapó el escándalo Irán-Contra.

Operativos de seguridad de los Estados Unidos habían estado facilitando la venta de armas a Irán con la intención de usar las ganancias para financiar un grupo rebelde en Nicaragua.

Reagan fue exonerado de cualquier participación directa en el esquema, pero varios de su plana mayor fueron removidos, entre ellos, el director de la CIA, William Casey, y el teniente coronel Oliver North.

Estos eran, entre otros, los principales operadores de Noriega. Y, con su salida, el autócrata panameño rápidamente pasó de ser un activo protegido a un riesgo problemático, más aún considerando su participación en múltiples de las actividades irregulares de Estados Unidos en la región.

“No fue sino hasta que hizo erupción el escándalo Irán-Contra en 1986, sacando a aliados de Noriega […] que [el general] comenzó a perder el favor [estadounidense]”, dice Lindsay-Poland.

Para 1989, año de la invasión, Bush ya era presidente de los Estados Unidos y Noriega, una molestia por resolver.


A fuego lento

Según el historiador militar estadounidense Lawrence Yates, la posibilidad de un conflicto contra Noriega y las Fuerzas de Defensa de Panamá empezó a ser contemplada incluso antes de que se acabara la presidencia de Reagan.

En marzo de 1988, el Comando Sur —uno de los 11 comandos regionales del ejército estadounidense— comenzó a formular planes de cara a un choque con las hasta ahora amigables fuerzas panameñas.

Inicialmente, recuenta Yates, Estados Unidos contemplaba la remoción únicamente de Noriega y su plana mayor, preservando la mayoría de las Fuerzas de Defensa de Panamá para proteger la integridad física del Canal de Panamá.

La planificación estadounidense resultó en dos órdenes operacionales —OPORD en la terminología militar.

La primera, llamada Blue Spoon, comprendía todas las acciones de uso de fuerza del ejército de Estados Unidos en el país, incluyendo la toma de puntos claves, la captura de Noriega y la inhabilitación de las fuerzas panameñas.

La segunda, Blind Logic, disponía de un proceso para restaurar la ley y el orden, registrar y proteger a los refugiados, y prevenir la formación de grupos guerrilleros.

El entonces jefe del Comando Sur, Frederick Woerner, consideraba que, de darse una incursión armada estadounidense en Panamá, la misma debía ser ejecutada desde la Zona del Canal, utilizando fuerzas que conocieran de antemano el territorio y las idiosincrasias de la región.

Woerner favorecía el traslado gradual de fuerzas estadounidenses a Panamá para que fueran entrenadas y preparadas de cara a una posible incursión.

No obstante, sus preferencias fueron puestas de lado y se asignó al décimo octavo Cuerpo Aerotransportado —fundado en 1942 para el rápido despliegue de tropas— como el agente ejecutor de Blue Spoon, el plan de invasión militar.

Esto significaría que, en el caso de una incursión dentro de Panamá, la mayoría de las tropas estarían llegando con poca antelación desde Estados Unidos.

Y no todo el alto mando del Comando Sur coincidía con las ideas de Woerner.

Algunos en la plana mayor consideraban que preparar mucho de antemano a las fuerzas estadounidenses en Panamá revelaría la jugada y le daría motivos a Noriega para que hiciera un ataque preventivo o buscara refugio.

De hecho, recién fue comentado por personal militar panameño de la época que Noriega tenía un plan de contingencia, en el caso de una incursión estadounidense, para ir a Chiriquí, desde donde sostendría una resistencia armada, aunque tales comentarios aún no han sido validados.

Mientras tanto, Estados Unidos mantenía una fuerte presión —mediante sanciones económicas y movilizaciones militares— para forzar a las Fuerzas de Defensa de Panamá para que se quitarán a Noriega de encima.

Cambios rápidos

Los planes cambiaron en octubre de 1989.

Primero, al inicio del mes, el cauto Woerner fue reemplazado como jefe del Comando Sur por Maxwell Thurman —conocido en el ejército como Mad Max.

Thurman era mucho más ameno a las sugerencias de la plana mayor de Woerner de que Estados Unidos tendría la ventaja sobre Panamá si lanzaba un ataque sorpresa, ya que esto permitiría al ejército estadounidense determinar el tiempo y el lugar de los eventos.

Aunque Thurman se enfocó principalmente en la preparación de Blue Spoon, el plan detallado de la acción militar estadounidense, no tuvo tiempo para dedicarle atención a Blind Logic, el plan de estabilización luego del conflicto.

De hecho, se habían planeado reuniones para diciembre de 1989 para integrar Blue Spoon con Blind Logic, pero el destino tendría otros planes.

A tres días de entrar Thurman, el 3 de octubre de 1989 —un lunes— el mayor Moisés Giroldi, de las Fuerzas de Defensa de Panamá, intentó atinar un golpe de Estado contra Noriega, según algunas fuentes, orquestado en conjunto a los Estados Unidos.

Por varios motivos, el golpe fracasó y Giroldi fue ejecutado al día siguiente.

Tal episodio convenció al alto mando del Comando Sur que las Fuerzas de Defensa de Panamá no serían capaces de remover por sí mismas a Noriega y que una confrontación con tales fuerzas era inevitable.

Para el cierre de octubre, la plana mayor de Thurman ya estaba revisando Blue Spoon nuevamente, incluyendo entre sus objetivos la supresión total de las Fuerzas de Defensa de Panamá, esperándose a mediados de diciembre para integrar definitivamente Blind Logic, plan que atendería las consecuencias de tal supresión.

Por ejemplo, uno de los puntos de tales planes, en sus versiones a tal momento, era que el país quedaría bajo la autoridad de un oficial nombrado por el Comando Sur, suspendiendo temporalmente la democracia panameña mientras se restauraba el orden.

Pero la integración de los planes nunca ocurrió, por lo que, según Yates, “las unidades tácticas preparándose para tomar parte de la invasión se concentraron en sus roles de combate, dedicando poco o nada de atención a las operaciones de estabilidad que tendrían que desempeñar”.

La invasión

Como parte de Blue Spoon, el ejército estadounidense había dado órdenes para presionar a las Fuerzas de Defensa de Panamá, una de ellas siendo que los soldados estadounidenses no tenían que respetar a las fuerzas panameñas.

Según Lindsay-Poland, tales soldados tenían “órdenes de viajar en calles panameñas e ignorar los retenes” de las fuerzas panameñas.

Y quizás fue tal presión general la que llevó al régimen de Noriega a cometer el error estratégico de declarar, en diciembre de 1989, que existía un estado de guerra entre Panamá y Estados Unidos. Aunque técnicamente no era una declaración de guerra, para todos efectos fue considerada como una.

La noche del 16 de diciembre —un sábado— ya declarado tal estado de guerra, un grupo de soldados estadounidenses fue detenido en un retén fuera del cuartel de las Fuerzas de Defensa de Panamá en el barrio de El Chorrillo.

Las historias estadounidenses y panameñas de lo que pasó esa noche varían, pero el resultado fue innegable: la muerte de un soldado estadounidense y el reporte por otro de fuerte hostigamiento sexual contra su esposa por parte de las Fuerzas de Defensa de Panamá.

Presentada finalmente la oportunidad, Bush no titubeó.

Al día siguiente, el plan Blue Spoon fue modificado para decir que el poder en Panamá no pasaría al Comando Sur sino a la oposición política panameña liderada por Guillermo Endara, y su nombre fue cambiado a Just Cause al ser ordenado por Bush.

Como recuenta Lindsay-Poland, “la invasión de medianoche [de Panamá] fue la operación militar estadounidense más grande en ese momento desde Vietnam y llevó a la muerte de al menos cientos de civiles panameños”.

Según Blue Spoon, el ejército estadounidense debía “conducir todas las operaciones para minimizar el daño colateral a personal no militar y edificios, limitando el perjuicio económico a Panamá”.

No obstante, según Lindsay-Poland, “la invasión estadounidense el 20 de diciembre de 1989 fue el evento más violento en Panamá desde la Guerra de los Mil Días de Colombia, noventa años antes, y fue ciertamente el evento más traumático en las vidas de la mayoría de aquellos que fueron directamente afectados por ella”.

A pesar de que los estadounidenses lograron neutralizar a las Fuerzas de Defensa de Panamá, el plan no fue inmediatamente efectivo.

Noriega logró escabullirse hasta conseguir asilo en la Nunciatura —o embajada del Vaticano— en Panamá luego de, según algunos reportes, disfrazarse de monja.

Vale la pena agregar que muchas otras motivaciones son citadas como causas próximas de la invasión.

Lindsay-Poland, por ejemplo, argumenta que “la intervención estaba motivada prácticamente por la necesidad de empujar el apoyo doméstico [político] para el presidente George Bush”.

Y de acuerdo al marco del académico Orlando Pérez, Noriega estaría poniendo en peligro la “inserción de Panamá en el sistema comercial mundial”.

Mientras que, según el profesor de derecho John Quigley, la declaración de estado de guerra por parte de Panamá elevó el riesgo de la amenaza contra nacionales estadounidenses en el país.

No obstante, según Quigley mismo, incluso bajo tales justificaciones, “la invasión estadounidense de Panamá excedió los límites de la proporcionalidad”.

Por su lado, Lindsay-Poland comenta que “Estados Unidos utilizó fuerza simultánea y abrumadora mucho más de lo que era necesario para someter a las Fuerzas de Defensa de Panamá, la cual solo tenía tres mil soldados entrenados”.

Tal uso excesivo de fuerza fue denotado por el despliegue del avión bombardero stealth F-117A, el cual intentó atacar en Río Hato pero “falló su objetivo de bombardeo […] por más de 300 yardas”.


Confusión

La falta de integración de Blue Spoon con Blind Logic, prevenida por los sucesos del 16 de diciembre, evitó que Estados Unidos dispusiera de un plan cohesivo de cara a la invasión.

Tal falta se notó durante la invasión, con soldados estadounidenses siendo abrumados por los miles de refugiados que salían del barrio de El Chorrillo, “muy por encima,” según Yates “de las predicciones más liberales hechas durante la fase de planificación”.

“Los chorrilleros,” explica Lindsay-Poland, son “principalmente negros y mestizos cuyas familias vivían en edificios que habían sido construidos para los emigrantes de las Indias Occidentales durante la era de construcción del Canal”.

Tales refugiados fueron agrupados, sin distinción, en edificios vacíos disponibles, entre ellos, una escuela, donde “se mezclaban madres y sus hijos con vendedores de drogas”.

De hecho, Yates cita al comandante operacional de la invasión, Carl Stiner, diciendo: “No se preocupen sobre los civiles hasta después de Blue Spoon. Estaremos ocupados neutralizando a [las Fuerzas de Defensa de Panamá]”.

La falta también se notó a través de fuertes episodios de vandalismo, algo que fue previsto por el ejército estadounidense, pero contra lo cual no se dispusieron inmediatamente tropas.

A la fecha, no se tiene un número cierto de la cantidad de panameños que murieron durante la invasión.

La cifra de 84 inicialmente proferida por Estados Unidos rápidamente fue desmentida por un sinnúmero de cadáveres, llevando incluso al gobierno de Bush a reconsiderar y subir la cantidad.

Se calcula que los fallecidos durante la invasión estarían en los miles, con el rango probable entre los mil y cuatro mil fallecidos.

Mientras el caos explotaba, Noriega mantenía su refugio en la Nunciatura.

Para sacarlo, la entonces nueva Fuerza Delta del ejército estadounidense estableció un perímetro alrededor del edificio de la Nunciatura, en la intersección de Avenida Balboa y Vía Italia.

Allí, empezó a presionar a Noriega con fuertes sonidos, incluyendo aquel de helicópteros aterrizando y despegando, y música rock en alto volumen.

Hay varias teorías sobre por qué, pero lo cierto es que Noriega se rindió a dos semanas de comenzada la invasión, saliendo de la Nunciatura y siendo llevado a Miami, Florida, como un prisionero de guerra.

En su discurso sobre el episodio, el presidente de los Estados Unidos, Bush, pidió a los panameños pasar la página y cubrir con un velo, el pasado.

“Espero que la gente de Panamá ponga este capítulo de dictadura detrás de ellos y se mueva de forma conjunta hacia adelante como ciudadanos de una Panamá democrática”.

Promote Liberty

La invasión no acabó allí.

Los planificadores estadounidenses eventualmente pudieron actualizar algo de Blind Logic, el plan de estabilización, cambiándole el nombre a Promote Liberty.

Este incluyó no solo asegurar la toma de posesión de Guillermo Endara y la operación de elementos fundamentales del Estado —como la actividad policial— durante un tiempo, sino también la restauración de la operatividad económica del país, minimizando el daño a la reputación estadounidense.

No obstante, las secuelas de la invasión eran evidentes e innegables, incluyendo un daño económico de más de mil millones de dólares, y una población de miles de refugiados en el corazón de la capital del país, situación que persistió hasta la siguiente elección.

En ella, la antigua oposición perdió y el poder regresó al Partido Revolucionario Democrático, brazo político del viejo aparato de control de Torrijos.

¿Salida?

Por un tiempo, como mencionamos, el ejército estadounidense mantuvo operaciones de control en Panamá, incluso con oficiales custodiando la presidencia de la República. Cuando ya estaba establecido el gobierno de Endara, su participación se redujo.

A la fecha, el ejército estadounidense mantiene que la invasión de Panamá fue un acto de autodefensa y nunca ha emitido disculpa alguna por la operación.

Posterior a la invasión, las relaciones entre Panamá y Estados Unidos solo mejoraron: los dos países se convirtieron en importantes aliados comerciales, al punto que, en 2007, firmaron un tratado de promoción comercial.

Hoy día, la integración diplomática y operativa entre Panamá y Estados Unidos es notable, con las fuerzas armadas de la nación norteña instalando escuelas modulares a lo largo del territorio nacional y entrenando a operativos fronterizos del país, mientras que representantes diplomáticos apuntan su dedo a actores corruptos dentro de la nación.

En una edición anterior exploramos la realidad actual de Estados Unidos como actor político en Panamá, con un repaso histórico de su influencia y un análisis de sus intereses presentes.

No obstante, la herida de la invasión sigue evidentemente allí, una mancha oscura en las relaciones entre los dos países, expresada en términos de desigualdad económica y social, con parte de la población panameña recalcando lo nefasto que fue el evento, mientras otros celebran la entrada de la democracia.

Quizás el hecho de que apenas hace dos años se haya instaurado un día de reflexión sobre el tema revela lo fresco que aún es el trauma y lo difícil que será contemplarlo.

Esfuerzos por detectar las tumbas comunes —aún sin terminar— serán clave en comenzar a sanar la herida, mientras que nuevos esfuerzos periodísticos recogen las experiencias de la época antes de que se pierdan en el tiempo.

Y también falta ver si el gobierno de los Estados Unidos podrá reconocer ante el pueblo panameño algunos de sus errores del pasado y ser parte del proceso de reflexión, paso que sin duda fortalecería su alianza con el país de cara a la creciente inestabilidad global.