Hoy se cumplen 34 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá que puso fin a la dictadura militar y al control de Manuel Antonio Noriega, es día de duelo nacional, luego de tres vergonzosas décadas de no serlo.
La fecha aún produce discusiones enconadas. Para algunos, las víctimas no poseen importancia pues «eran norieguistas», o «maleantes», gente considerada de baja calidad por vivir en barrios populares. Sospecho que reconocer la fecha los obligaría a enfrentar la pregunta del por qué no fuimos nosotros los panameños los que sacamos a Noriega, en vez del ejercito gringo. Esa misma gente habla de «liberación» y no de lo que fue, una abierta intervención militar que violó todos los preceptos de legalidad habidos y por haber. Para ellos, Noriega era un problema creado por los gringos y por eso les correspondía a ellos solucionarlo, no a nosotros. Es el tipo de estúpida consideración que imagino esgrimirán cuando nuestra corrupción civil y política, produzca el argumento legal para que los norteamericanos, apoyados por la enmienda De Concini, recobren la administración del Canal de Panamá y restablezcan lo que una vez se conoció como la Zona del Canal.
Lo de la invasión del ’89 es otro de esos puntos históricos que la enorme mayoría nacional prefiere dejar sin investigación, o respuesta.
Por eso, ningún gobierno post-invasión ha exigido a Estados Unidos determinar cuántas personas realmente murieron, o fueron afectadas por el acto, mucho menos exigir reparaciones por los daños materiales y económicos adicionalmente infligidos a Panamá .
Aun sin conocer exactamente el número de víctimas, el 20 de Diciembre representa el episodio que causó mayor cantidad de muertos y heridos en nuestra historia republicana, posiblemente aún más que los sufridos durante «la guerra de los mil días», entre liberales y conservadores, cuando Panamá aún era un departamento de la Gran Colombia.¿No merece el hecho una respuesta racional y científica?
Pero cuando alguien pretende enfrentar cualquier interrogante al respecto la respuesta es, «deja eso, para que seguir preguntando?, ya eso paso», etc. Y es que por desgracia, para la mayoría de panameños enfrentar la realidad y sus consecuencias resulta una tarea delicada que se prefiere evadir. Por eso, un pre-candidato declarado corrupto por sus propios hijos y que no se atreve a salir del país por miedo a que lo arresten, tiene un partido con más de 250.000 inscritos que lo respaldan y es considerado como favorito para ganar la elección del 2024.
¿Cómo es posible semejante cosa preguntará el que lee esto y no es panameño? Utilizando otra sinrazón que es invocada como justificación popular: «el tipo roba, pero hace». La idea de que se puede administrar y crear sin robar no existe para la mente del acomplejado, del que posee baja autoestima, del ciudadano «zombi», sin una pizca de amor cívico. Sin embargo, esa «mantra» insólita es la que se esgrime para explicar la popularidad de uno de los más inescrupulosos y antipatria político jamás nacido en nuestro país.
La invasión es una herida que aún supura, y continuará haciéndolo mientras no decidamos enfrentar su realidad y consecuencias.
Para hacerlo hay que ser objetivos, honestos y, sobre todo, verdaderamente animados por amor a la Patria y a sus posibilidades.
A los que me tilden de hipócrita por vivir en Estados Unidos y a la vez denunciar lo que está mal hecho por ese país, como la invasión, o la elección del «asno naranja», los remito a mi artículo publicado el 23 de Diciembre del 2019; pueden hallarlo en mi sección Apuntes de la Esquina.
A los que perdieron familiares, seres queridos y amistades ese diciembre de 1989, enviamos un abrazo, que hacemos extensivo a la Patria que somos todos. No importa que digan los que aplauden la invasión del ’89, el suceso no solo afectó a la gente que murió en el Chorrillo, Colón o San Miguelito; afectó a la Patria que somos todos, incluyendo a los que con su corrupción e indiferencia cívica la deshonran diariamente.
Fuente: Ruben Blades