«Pronto vamos a desaparecer, severamente juzgados; pero sobre nuestra propia escoria se levantará la obra de redención de los de abajo, a la que consciente o inconscientemente todos hemos cooperado» (Mariano Azuela, Epistolario).
Bajo el lema operativo Operación Causa Justa, la historiografía de lo ocurrido el 20 de diciembre de 1989, cuando por orden del expresidente estadounidense George H. W. Bush se inicia la invasión militar de Panamá, con más 26.000 efectivos, evidencia la visión «de los de arriba», los ganadores. Pero omite a los otros actores, «los de abajo», militares y civiles que se enfrentaron convencidos que «la patria se defiende» frente al gran poderío armamentista.
Son estas fichas que faltan para lograr completar el rompecabezas. Esas voces que no han sido escuchadas por una sociedad que por años los relegó.
Pero, tras las protestas multitudinarias contra el contrato minero, por primera vez los estigmatizados se sienten reivindicados, los jóvenes los ven con otros ojos y escudriñan la relación de hechos de la patria olvidada, la que fue gobernada y dirigida por los militares desde los cuarteles. Y están dudando de lo que repetidamente les han contado.
Se identifican con la lucha del general Omar Torrijos por la recuperación de la franja canalera y también con la de la juventud de 1964 que regó su sangre para enarbolar la bandera panameña en el área controlada por Estados Unidos. Está dando frutos, y buenos.
Y, eso no les gusta «a los de arriba», porque la historia puede dar un giro inusitado. El concepto «enclave colonial» le suena muy mal a los panameños.
Ramón Díaz, un militar graduado en el Ecuador y luego entrenado en Israel, recibe la invasión con su grupo ubicado en puntos estratégicos. Se mantenían en pie de guerra sin retroceder posiciones al enemigo. Sin embargo, su historia cambia.
El mensaje de un emisario le notifica que su hijo estaba en manos del ejército estadunidense en «calidad de rehén» y que debía tomar una decisión. Envía por el mismo canal su postura: deponer las armas y entregarse.
A Ramón Díaz le notificaron que su hijo estaba en manos del ejército estadunidense en «calidad de rehén» para que se rindiera
Era la vida de él por la de su pequeño, de menos de tres meses de vida. Para él: «Una madre jamás debe tener los brazos vacíos». En ese momento, Díaz desconocía que su pequeño estaba junto a su progenitora sano y salvo.
El recién nacido y su nana fueron «protegidos» por el ejército estadounidense al ingresar, el 19 de diciembre de 1989, a la residencia de Díaz en su búsqueda y detención.
Por 10 horas, ambos fueron mantenidos en una trinchera, durante los fuertes combates ante la resistencia de los soldados panameños en entregar sus armas.
Un día después, los militares panameños levantan la bandera blanca en señal de rendición al quedarse sin proyectil; y los soldados estadounidenses aprovecharon el impasse para depositar al pequeño y a su custodia, bajo la protección de un pastor anglicano.
Mientras que su madre desesperada convoca a dos periodistas, de EFE y AP, y relata su clavario, la noticia circula y organismos internacionales de derechos humanos piden la entrega del menor a la madre.
Horas después del revuelo que causa el conmovedor relato fueron convocados los comunicadores por el general Marc Cisneros y les da un parte sobre la condición del menor y su acompañante: «Se encuentran bien con la familia del pastor». Los periodistas le piden al militar que entregue el pequeño a su madre, que le estaba amamantando. 24 horas después, ambos reporteros acompañaron a la esposa de Díaz, quien, entre lágrimas y agradecimiento recibe al menor de manos del pastor.
Díaz se entrega el 29 de diciembre de 1989 al general estadounidense Marc Cisneros, quien le dice, en un perfecto español:
– «Eres un buen militar. Conoces el código de guerra, pero debo entregarte a la justicia panameña».
Díaz se entrega el 29 de diciembre de 1989 al general estadounidense Marc Cisneros
Él estaba consciente que de antemano había sido juzgado y condenado. Durante su proceso guardó silencio y pagó sus años de cárcel. Ahora, les toca a ellos, «a los de abajo», contar su historia.
Hoy, Eloy es un profesional de 34 años que se siente orgulloso de su padre y para Díaz es su mayor recompensa.
Esta decisión no les agradó «a los de arriba». El presidente Laurentino Cortizo Cohen firmó el 31 de marzo de 2022 la ley que decreta el 20 de diciembre como Día de Duelo Nacional y «adopta medidas de concientización nacional sobre la invasión de Estados Unidos a Panamá del 20 de diciembre de 1989». Prohibido Olvidar.
Fuente: La Vanguardia