Hace treinta años Estados Unidos inició su última operación militar en territorio latinoamericano: la invasión de Panamá. Un episodio que no solo cambió el rumbo de este estratégico país centroamericano, sino también el de EE.UU.Comparte:
En ese entonces, la Casa Blanca acusaba al general Manuel Antonio Noriega –gobernante de facto de Panamá desde 1983 y antiguo colaborador de la CIA- de narcotráfico, lavado de dinero, encarcelamiento y desaparición de opositores, vínculos con Cuba y de no haber reconocido el triunfo de Guillermo Endara en los comicios presidenciales de mayo de 1989.
En ese contexto, y tras el asesinato de un marine, el presidente George W. Bush dio luz verde a la operación “Causa justa”, que se inició la mañana del 20 de diciembre de 1989, con ataques a bases militares y centros de comunicaciones panameños.
Lo cierto es que, además de los cargos en su contra, el gobierno de EE.UU. temía que Noriega llegara a impedir el libre acceso de embarcaciones estadounidenses al Canal de Panamá, poniendo en peligro –incluso- la vigencia del Tratado Carter-Torrijos (1977), que establecía la devolución de este estratégico paso interoceánico a los panameños a partir de 1999.
Poco más de 27.000 soldados estadounidenses participaron de la ofensiva y, en cuestión de horas, este pequeño país de Centroamérica quedó bajo su control. Solo 23 efectivos estadounidenses murieron, a diferencia de lo ocurrido en las filas panameñas, en las que 300 militares y 214 civiles resultaron muertos (aunque se calcula que fueron muchos más).
Noriega, una figura que había escalado de manera exitosa en la pirámide del poder militar panameño, nunca llegó a ocupar el cargo de presidente, aunque durante años logró mantener su poder a través de la compra de lealtades, tanto en el ámbito civil como el castrense. Derrotado, optó por refugiarse en la Nunciatura Apostólica de Panamá, donde permaneció hasta el 3 de enero de 1990, cuando se entregó a las fuerzas militares de EE.UU.
Noriega pasó los siguientes 17 años en una cárcel federal en Miami, luego fue extraditado a Francia –donde también estuvo preso por narcotráfico- y finalmente fue enviado de regreso a Panamá en 2011. En 2017, Noriega falleció a los 83 años, tras haber sido sometido a una operación de cerebro de la cual nunca se recuperó; cumplía una sentencia de 60 años.
Guillermo Endara –que había jurado como Presidente de Panamá al interior de una base militar estadounidense horas antes de la invasión-, tomó las riendas de un país dividido y con una economía en ruinas.
Por su parte, la invasión a Panamá le sirvió a Bush para mostrarle a la Unión Soviética que EE.UU. –a pesar de la distensión iniciada por Mijaíl Gorbachov- continuaba siendo una nación que tenía los medios y la voluntad para utilizar su poderío militar en cualquier lugar del mundo. Algo que demostraría de manera contundente poco tiempo después, en enero de 1991, durante la llamada Primera Guerra del Golfo, al expulsar a las fuerzas militares iraquíes que habían invadido Kuwait.
En ese sentido, el triunfo en Panamá pavimentó el camino para que Washington se aventurara con éxito en las arenas del Golfo Pérsico, donde terminó por enterrar los fantasmas de la Guerra de Vietnam. Y eso, sumado a la desaparición de la URSS y el término de la Guerra Fría, pareció darle la razón a Bush cuando proclamó el nacimiento de un nuevo orden internacional unipolar.
Durante la década de 1990, América Latina fue saliendo lentamente del radar de Estados Unidos. Y ya en el siglo XXI, a partir de las invasiones a Afganistán en 2001 (tras los atentados terroristas del 11-S) y a Irak en 2003, Latinoamérica terminó de perder su relevancia para las sucesivas administraciones de la Casa Blanca.
Tres décadas después de la invasión a Panamá, ¿podría repetirse un episodio similar en nuestra región? Técnicamente, EE.UU. cuenta con el poder militar para hacerlo, al igual que otras potencias mundiales. Sin embargo, la opinión pública estadounidense –agotada por años de intervenciones en Medio Oriente que han generado miles de muertos y heridos- no lo aceptaría. Hoy, las guerras son costosas e impopulares. Y, desde esa perspectiva, al menos hasta ahora, ningún país de América Latina parece justificar una decisión de tan alto costo.
@arojas_inter