Fuente: La Prensa
Lo sucedido el 20 de diciembre de 1989 fue una humillación para nuestro país. El responsable externo fue el gobierno de Estados Unidos de ese momento. Sin embargo, el responsable interno fue el régimen dictatorial que nos gobernaba, que no quiso aceptar la exigencia de un pueblo que pedía “justicia, libertad y democracia”.
El primer error que cometió el régimen fue iniciar una represión nunca vista en nuestra historia patria. El segundo error y para mí el primer paso que llevó al desenlace humillante, fue desvirtuar la lucha genuina de un pueblo queriendo involucrar a Estados Unidos como los generadores de dicha lucha.
Lo cierto es que la lucha surgió tras las declaraciones de un coronel que había participado de la dictadura militar desde sus inicios, y que habló por despecho cuando no lo ascendieron al poder absoluto, divulgando lo que el pueblo ya sabía.
El fraude de las elecciones de 1984, el asesinato de Hugo Spadafora, la venta de visa a orientales, la entrega de pasaportes panameños a los narcotraficantes colombianos, todas las patrañas ocurridas durante esos 18 años de dictadura transcurridos hasta ese momento.
El dictador Manuel A. Noriega se sentía confiado de que no le iba a suceder nada por sus vinculaciones laborales con la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) . Confiaba que el presidente Bush, que había sido jefe de esa agencia de Estados Unidos lo protegería. No sucedió así.
El pueblo resistió más tiempo del que Noriega y sus seguidores pensaron. Aceptamos ir a unas elecciones en condiciones adversas, y no pudieron imponer el fraude planificado, anulando las elecciones.
En segundo lugar, se les olvido que los del norte no tienen amigos sino intereses, y que después que ellos vieron la postura de un pueblo en esas elecciones y la represión del 10 de mayo de 1989, intentaron darle una salida. Sin embargo, Noriega y sus allegados no solo se negaron a aceptar, sino que los retaron, con la esperanza que la CIA seguiría protegiéndolos. Lo curioso es que esos civiles que apoyaron a Noriega hasta el fin y que se rasgaban las vestiduras nacionalistas, guardaban silencio sobre la vinculación de Noriega con la CIA y el uso de nuestro suelo patrio por los narcotraficantes.
Luego vino la masacre del 3 de octubre, en la que 11 militares fueron ajusticiados de la manera más infame y cobarde, y después retó a Estados Unidos, lo que fue la gota que derramó el vaso de agua, provocando la terrible, triste y dolorosa humillación que fue la invasión. No justifico la acción de la potencia norteamericana, pero condeno a los panameños irresponsables, que pensaron en ellos y no en Panamá.
También reprocho a los civiles que fueron parte de la dictadura militar, de la acción militar que sufrió nuestro país; de su politización al intentar ganar crédito político aumentando exageradamente la cifras de muertos . Estoy claro que un muerto ya era demasiado. Pero hablar de miles de muertos y cifras de 5 mil fallecidos era una patraña.
Una cifra de tal magnitud significaría que en una inmensa mayoría de familias panameñas habría un muerto de la invasión.
En la mañana del 23 de diciembre recibí una llamada del vicepresidente Ford, por instrucción del presidente Endara, al conocer el caos en los dos hospitales de la ciudad y me pidieron que tomara las medidas necesarias. Se designó como directores médicos, al Dr. Rolando De La Guardia en el Complejo Hospitalario de la CSS y la Dra. Amalia Rodríguez en el Hospital Santo Tomas.
Al llegar a dichos hospitales tomamos las medidas para restablecer su funcionamiento con el apoyo del personal que llegó a pesar del peligro en las calles, empezó el proceso para abastecerlos de los insumos fundamentales, como el oxígeno que ya escaseaba. Nos percatamos de que las morgues estaban saturadas. Entre el Complejo Hospitalario de la CSS, el Hospital Santo Tomás y el Instituto Conmemorativo Gorgas teníamos 180 cadáveres la mañana del 24 de diciembre.
Le informé al vicepresidente Ford sobre la situación y me pidió que me comunicará con el Ing. René Orillac. No olvido sus palabras: “Calicho, hoy es Navidad , por favor que se dé sepultura lo más digno posible e individualmente” . Le respondí que así sería y que ya habíamos dado instrucciones para que se buscara en las ropas de cada uno su identificación. El Ing. Orillac realizó los trámites para abrir 200 fosas en el Jardín de Paz, al estar estas listas se hizo el traslado ese mismo 24 de diciembre.
Como testigo de estos hechos, teniendo de primera mano estas cifras tras ocurrir el momento más violento, siempre he sostenido que los muertos en la invasión fueron unos 400. Repito, un solo muerto es lamentable.
Lo importante es que aprendamos la lección: nadie está por encima del sentir de un pueblo. Estas desgracias suceden cuando esos malos patriotas piensan y privilegian su poder sobre la dignidad de la patria.
Quiero terminar pidiéndole a cada panameño, cuando nos expresamos para separar esa época, que lo correcto es decir pos dictadura, porque la invasión fue una consecuencia de la dictadura militar.