Cuando los miembros de la comisión 20 de diciembre de 1989 aceptamos el honor que representa investigar los hechos que tiñeron de luto esa Navidad hace 27 años, lo hicimos convencidos de que, al descubrir esa etapa de nuestra historia, hasta ahora oculta y vedada, traeríamos al primer plano el justo reconocimiento de un sacrificio que se ha convertido en el tiempo en la medida justa del valor de la herencia que nos dejaron.Cada momento vivido desde entonces, cada instante de progreso y de éxito en Panamá, cada motivo de orgullo por la patria que triunfa, viene teñido ahora con la sangre de esos hermanos que nos precedieron como candelas luminosas para señalar el camino.
Siempre nos asalta la pregunta sobre ¿Qué vida tenían estos panameños un día antes de morir?. Nunca sabremos cuanto amor se anidaba en sus corazones por sus seres queridos que hoy los acompañan en silencio sin poderles dar un beso. Cuanta energía ponían en su trabajo para construir un Panamá mejor. Cuantas ilusiones tejían en sus mentes jóvenes, y cuantos planes soñaron, que quedaron inconclusos con su desaparición. Este es un precio muy alto que hemos pagado como Nación por forjar nuestra identidad y futuro, y que nos obliga al aprecio genuino de lo que hoy tenemos.
Nos duele la demora de esta memoria que ha permanecido escondida por más de 25 años por la cobardía y la timidez de los que desviaron su mirada de cara a los hechos. Apreciamos a los que han mantenido viva esa llama del recuerdo para regalarnos hoy este momento. Reconocemos al Señor Presidente y su Canciller el gesto valiente que salva la dignidad de un pueblo ante sus víctimas. Hoy ya no puede haber panameños que eludan su responsabilidad con los caídos, o que pretendan medir con la vara de la conveniencia política, lo que debe ser evaluado con el báculo de la trascendencia patriótica.
Nos corresponde ahora contar a nuestra bajas tras la batalla desigual, tratarlas con dignidad, y prometerles un nunca jamás que evite repetir a las futuras generaciones lo que nos ha tocado vivir a las nuestras. Hoy aceptamos investigar donde están los hijos de la patria que fueron escondidos para ponerlos como les corresponde, de cara al sol donde se les rinda el tributo que merecen.
Nada justifica la muerte violenta e inesperada de un panameño, y menos aun la desaparición de sus restos. En este Jardín de Paz aun reposan cuerpos no identificados por la crudeza de una violencia ciega, que pretende sustituir la razón por la fuerza. Con nuestro trabajo aspiramos a encontrar sus identidades y ofrecer el resultado a sus deudos que han esperado por años este momento.
No existe motivo alguno que autorice privar de la vida a un ser humano. Así lo hemos reconocido en un país que no conoce de la pena de muerte, y que ha optado siempre por un sí a la vida y a la esperanza, cuando aún en las manifestaciones de mayores diferencias, siempre ha sabido encontrar el camino de la concertación, resolviendo las crisis en su historia mediante el diálogo paciente y productivo.
Por ello hoy no hemos venido al campo santo frente al sepulcro de nuestros mártires a sembrar la división entre panameños, sino por el contrario a proponer la unión de voluntades en el reconocimiento de la gran pérdida que representa tantos muertos que han dejado un espacio en la patria necesitada de todos sus hijos.
Hoy venimos a inclinarnos deferentes ante estas tumbas, como tributo a su sacrificio, y a prometerles que buscaremos los restos de sus hermanos no encontrados aun, para hacerlos surgir del anonimato y llevarlos al altar del reconocimiento.
Lo hacemos con celebridad, sin poses ni expresiones de retórica hueca. Este es un homenaje franco y comedido, como corresponde a quienes no podemos lastimar el significado glorioso de las víctimas, y el sentir de sus familiares y amigos.
Los mártires son para nosotros antorchas y no velas, guías superiores para conducir al pueblo en sus batallas, de éxitos y fracasos, de goces y de amarguras, hacia el disfrute pleno de su merecido bienestar.
Nos agrupamos hoy viendo la modesta tumba y no el majestuoso mausoleo. El aniversario de esta desgracia nos vuelve a reunir en este lugar lleno de recuerdos. Pongamos una flor sobre el panteón que acoge al conocido y al desconocido, prometiendo muy pronto reconocer mediante lápidas las compatibilidades que surjan del estudio.
No puede haber aquí sino palabras de dolor, pero llenas de fe y esperanza en el futuro porque los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos y es prohibido llorarlos.
Deseo arrodillarme ante este cementerio para venerar cada existencia que, cayendo en la tierra fértil como semilla de vida, y muriendo sobre ella, produce fruto en sí misma. Será ésta la semilla de la sangre derramada la que nos dará la fuerza que necesita Panamá para su completa liberación y triunfo en la historia. Loor a los caídos el 20 de diciembre de 1989 cuyo recuerdo hoy nos acompaña en este acto.
MUCHAS GRACIAS