Los que murieron no eran animales, eran panameños

Los que murieron no eran animales, eran panameños

FUENTE: TVN

Era un 20 de enero de 2020. Con pico y pala excavaban la tierra de la Manzana 90 Bis del Jardín de Paz. Bajo ella yacían los restos de decenas de  panameños asesinados durante la Invasión de Estados Unidos a Panamá de 1989.

Desde una tolda, aguantando calor, un grupo de familiares esperaba que en una de esas bolsas negras llenas de huesos triturados, cráneos rotos y dentaduras sueltas, pudieran encontrar después de tres décadas a sus padres, hermanas, primos, esposos y esposas.

Estas son sus historias. Treinta y tres cuerpos fueron exhumados, treinta y uno esperan aún por ser identificados. Decenas de familiares tienen la esperanza de encontrar finalmente a sus seres queridos. Luego de décadas de olvido por parte de los gobiernos, vuelven a tener la esperanza de encontrar a sus familiares y poder enterrarlos en paz. Una esperanza que está en peligro ya que el Gobierno Nacional aún no aprueba los fondos necesarios para que se continúen los trabajos.

UNA NIÑA VIENDO LA GUERRA

Alejandrina tenía 16 cuando perdió a su papá. Su nombre era Omar Everto Martínez, trabajaba en construcción y vivía en El Chorrillo, al lado del Cuartel Central.

La noche del 20 de diciembre de 1989, cuando el ejército de Estados Unidos invadía Panamá, ella estaba acostada en su cama cuando la despertó el estallido de una bomba. Nunca lo volvió a ver. Caminó desde San Antonio hasta El Chorrillo con su familia buscándolo. Allá, un testigo contó que lo vio morir quemado.
“Lo buscamos por todas las fosas comunes. Lo buscamos en Jardín de Paz, lo buscamos en Colón. Nunca lo encontramos. Dicen que los americanos agarraban bolsas negras y tiraban los cuerpos al mar. No sé si es verdad”, cuenta. “Mi papá era alegre, divertido, de carácter. Era emprendedor y  trabajador. Lo que yo quiero es encontrar los restos de mi padre y darle cristiana sepultura. Tenemos que hacer justicia, que el gobierno que esté de turno haga sentir con nosotros. No es un regalo, tienen que hacerlo”, clama Alejandrina.
Alejandrina no está sola. La Comisión 20 de Diciembre, creada en 2016 ha hecho el trabajo de recolectar expedientes, traer expertos internacionales, organizar las investigaciones con protocolos científicos y hacer el llamado a familiares de víctimas para poder comparar ADN e identificar los cuerpos.
A ese llamado respondieron decenas de familiares como ella, en busca de padres, madres, hermanas, hijos… Provienen de distintos barrios, clases sociales, etnias y culturas. En su mayoría son mujeres, unidas por el deseo de reencontrar a sus seres queridos.

Una hamaca en Guna Yala

Cecilia Marcos forma parte de este grupo. Tenía 21 años al momento de la Invasión. Perdió a su papá, Lorenzo Marcos. Me contó su historia por teléfono, al conocer que se haría una crónica sobre las familias y sus caídos en la Invasión. “Tengo un luto encima. Era un hombre muy trabajador, muy pendiente de mí”, relata.

Lorenzo, originario de la Comarca Guna Yala salió a la tienda a hacer compras. Soldados estadounidenses le dijeron ¡Stop! Él siguió de largo y le dieron un tiro en el pecho.

“Se llevaron el cuerpo, no encontramos nunca el cuerpo de mi papá”. Cecilia comparte que en la tradición guna se coloca el cuerpo en una hamaca, símbolo sagrado de su cultura. En la hamaca se canta al niño que nace y se le arrulla a los pequeños para dormir.

A los difuntos también se les canta. Una melodía sobre su vida, quién era y qué cosas hizo. Se le canta con reverencia, con tristeza, con amor. Le dedican un lamento, preguntándole por qué se fue, por qué dejó a sus seres queridos. Luego, se abre la casa a la comunidad y se comparte la comida.

Es un adiós a su espíritu. A Lorenzo lo despidieron solo con su ropa. Su mamá, Antonia Marcos, tiene 92 años y aún no pierde la esperanza de recuperar algo de su hijo.

“Aunque sean los huesitos”, suspira su hija Cecilia. La historia de la Invasión a Panamá es una que no se termina de contar. Miles de jóvenes se gradúan de los colegios sin saber nada de lo que pasó en el país.

Mi hermana quería ser enfermera

Xenia Quintana se encargó de contárselo ella misma a sus tres hijos. Desde su casa en San Miguel describe cómo abren los ojos con asombro al escuchar de los muertos, las balas, las bombas. De boca de su mamá, aprendieron de la tía que nunca pudieron conocer.
Xenia tenía una hermana, Yesenia “Yesi” Quintana.
“Estaba estudiando bachiller en Ciencias, ella quería ser enfermera. Desapareció cuando tenía 17 años, el 20 de diciembre de 1989, mismo día que cumple años mi mamá. Salió a buscar comida y nunca regresó”.

La familia Quintana lleva décadas buscan el cuerpo de “Yesi”. Han colaborado con la Comisión 20 de Diciembre aportando muestras de ADN y revisando
expedientes y fotos. Les preocupa que se ponga en riesgo el trabajo realizado y por realizar.

“La Comisión ha hecho un buen trabajo hasta ahora, pero están de manos atadas. Son 31 años y hasta el día de hoy nadie ha hecho nada por nosotros, excepto la Comisión”, declara Xenia. “Pido al señor Jesús que revele donde están los desaparecidos, que el Gobierno nos ayude”. Un lugar para decir: aquí está mi papá Niska y Nelilbeth Ibargüen buscan a su papá, Erasmo Ibargüen. Niska tenía 2 años y medio, Ángel tenía 12. Su papá era inspector de aduanas. La noche del 20 de diciembre estaba arreglando el árbol de Navidad, cómo hacía todos los años con su hija Ángel. Salió de su casa para empezar su turno nocturno en Curundú.

“Mi mamá no estaba en la casa. Tomaba clases de noche. No supimos nada hasta el día siguiente en la tarde. Llegó un primo que era voluntario en la Cruz Roja y nos dijo que probablemente había muerto”, recuerda Nelibeth.

Nunca vieron el cuerpo. Buscaron en las morgues, buscaron entre las fotos de cadáveres colgadas en la Fiscalía, pero nunca lo encontraron. Esperan que sea uno de los cuerpos exhumados en el Jardín de Paz, si no está allí, esperan encontrarlo quizás en Monte Esperanza, Colón, sitio de la próxima exhumación planeada por la Comisión.

“Saber que tu papá falleció, pero no tienes un lugar donde llevar unas flores, donde visitarlo, dónde hacer una oración. Un lugar para decir: aquí está mi papá”, lamenta Niska. “El país ha pasado por diferentes dificultades y nunca se tomó en cuenta la necesidad de los familiares de y de los panameños que perdieron su vida el 20 de diciembre. Eran panameños que murieron haciendo su trabajo, cumpliendo su deber como panameños”.

Al dolor de la pérdida, la impotencia de observar inacción gobierno tras gobierno,de ver cómo muchos familiares de desaparecidos han muerto con la angustia del no saber, se suma ahora la frustración de ver cómo se pone en jaque lo avanzado.

“Es como una herida que no cierra. Culminado este proceso, queremos tener paz. Si ya se llegó hasta aquí, terminemos. Volver a sepultar estos restos no me parece justo”, sentencia Niska. Lo justo, es lo que piden las hermanas Ibargüen, es lo que piden todos los familiares y es la deuda pendiente más grande del Estado panameño. No venganza, sino justicia con la memoria.

En un país tan rico como Panamá


Braulio Betancourt era profesor de gimnasia en las Fuerzas de Defensa de Panamá. Su hogar estaba en Panamá Viejo, dónde crió a sus hijas. Deportista por excelencia, participaba en competencias internacionales y era calificado como el número de Panamá en competencias de fusil. También tocaba la guitarra, usualmente acompañado por su mujer cantando. Trabajaba en Amador, y mantenía contacto constante con las tropas estadounidenses allí apostadas. De hecho, actuaba como enlace entre los países cuando llegaba el momento de las competencias deportivas.

El 20 de diciembre de 1989 Braulio Betancourt sabía que algo grave iba a pasar. quedara con las niñas porque uno de los dos tenía que salvarse y cuidarlas si pasaba lo peor.

Brigitte Betancourt, su hija, vio la foto de su padre tres décadas después. El cuello roto, una bala en la cabeza. “Entréguennos los restos de mi papá”, reclama Brigitte. “Todos estamos sufriendo por esto, es una herida que se abrió nuevamente. Nos cortan las alas, es un doble dolor. Perdimos hace 30 años a un familiar, ya lo vamos a encontrar, y ahora nos dicen que no. Y en un país tan rico como Panamá…”

Brigitte y su hermana Brenda se toparon con la Comisión de forma inesperada. Ambas viven en Estados Unidos, donde trabajan como maestras de preescolar, habían regresado a Panamá en 2019 para la celebración de los 500 años de Panamá La Vieja. Caminando en el Parque Omar, se toparon con las oficinas de la Comisión 20 de Diciembre. Allí encontraron la esperanza de recuperar los restos de su padre.

Brenda recuerda que durante el proceso de exhumación, dos de los hombres que abrían la tierra con pico y pala se le acercaron. «Me dijeron: somos de Panamá Viejo y recordamos a tu papá. Somos del barrio donde tu papá lo dio todo. Ahora vamos a hacer todo por encontrarlo», recuerda Brenda. 

Hay 28 familias en espera de la identificación de los cuerpos exhumados en el Jardín de Paz. La Comisión 20 de Diciembre estima que se necesitan por lo menos 120 mil dólares para que no se interrumpan los trabajos en noviembre. Este lunes 5 de octubre, el Ministerio de Relaciones Exteriores manifestó que el Gobierno Nacional mantiene el compromiso con qué se continúe el trabajo de la Comisión. Sin embargo, no han confirmado qué asignarán el dinero necesario, cuándo estaría disponible, ni exactamente cuántos fondos serán concedidos.

El Defensor del Pueblo, Eduardo Leblanc, afirmó que está dispuesto a ayudar a los familiares de las víctimas, aunque aclaró que se debe tomar en cuenta el presupuesto estatal y los recortes por la pandemia de COVID-19.

El lunes 12 de octubre, los familiares llevarán cartas dirigidas a la Defensoría del Pueblo y al Ministerio de Relaciones Exteriores solicitando apoyo para que se otorguen los fondos necesarios para continuar los trabajos de identificación de los cuerpos de panameños fallecidos durante la Invasión.

“Sabemos lo que está pasando con el coronavirus, pero llevamos 32 años con esta incertidumbre”, reclama Brigitte al gobierno de Laurentino Cortizo. “Es la misión de un gobernante amparar a todo un país, si él no nos ampara, ¿entonces quién?”